domingo, 11 de marzo de 2012

Sin rodeos, cierra la operación y vete.


Con mi Ford Fiesta “nacido fuerte”, el depósito lleno y una cita importante en la agenda salí aquel día de finales de los 90 camino de Baeza. Era verano, cualquier día del mes de julio me vale. Que fuese puntual no significa gran cosa en nuestro gremio y, como twitter no existía por aquellos días, la espera en la cafetería de enfrente se hizo interminable. Una de las veces que crucé la calle por ver si ya me tocaba el tal Antonio, nombre igual de inexacto que el día del mes, me lo encontré saliendo a la carrera.

La “urgencia” que le impedía atenderme es lo de menos. Que me esperaba luego, a las siete, cuando ya no hiciese tanto calor. Calor hacía ya para reventar y sólo eran las 12 del mediodía pero lo que me bullía por dentro era el mismo infierno. “No pasa nada” le dije con la poca experiencia que todavía tenía y con una sonrisa tan falsa como pude.

Os ahorraré los detalles del término “hacer tiempo” un mes de Julio por los polígonos de Úbeda y Baeza, por su centro renacentista sin un alma que, con el tiempo, menos calor y menos mala leche disfrutaría a tumba abierta. Si os diré que la tentación de poner rumbo a Granada y pisar hasta el fondo el acelerador del Ford Fiesta me venía a la cabeza tantas veces como me despegaba la camisa de pecho y espalda para que ventilase. 

El falso Antonio ni se inmutó, “pasa” me dijo. Algo parecido a una excusa entremezclo en su conversación mientras me exponía sus necesidades, lo importante que era disponer de un proveedor formal y cumplidor. Que su empresa tal, que si su empresa cual… Yo escuchaba, en silencio, asintiendo, por dentro el infierno seguía hirviendo pero cada vez menos. Hice alguna pregunta, pocas. Ya eran las 8. Claramente me dio paso, su discurso había acabado. A la carrera, como él cuando se me escapó por la mañana, le indiqué el producto concreto que yo estimaba adecuado, solté el precio, forma de pago y que nuestra empresa estaba perfectamente capacitada para atender ese volumen y al ritmo que pedía. Era lo que buscaba y yo lo tenía. No estaba para adornos.

A su nuevo rosario de preguntas por si hubiese otros productos, quejas por el precio y llantos por la forma de pago me ratifiqué educadamente en todos y cada uno de mis argumentos. Giré hacia él el presupuesto y marqué el número de fax a dónde debería mandarlo firmado así como cada pedido. Firmó. Y me fui con la fresca para Granada tras un par de cañas en el bar de enfrente ya como cliente y proveedor.

Con el tiempo y unos sesudos cursos en famosas escuelas de negocios supe que el día de calor por tierras de olivos y el cabreo consiguiente  me ayudaron a “cerrar” bien la operación, a no marear la perdiz, a no darle más alternativas si todo está claro. El “cierre” para un comercial es tanto como una buena estocada del matador para rematar una buena faena. Hay un momento que ya está todo dicho, ya no hace falta un pase más, si no rematas te arriesgas a que le “presidente” te de un aviso y el cliente salga por la puerta sin firmar el pedido.

2 comentarios:

coventaria dijo...

¡Qué momentazos! Y la cerveza después, a solas, repasando la faena...

Unknown dijo...

Aunque lo suyo es aprender a cerrar sin estar cabreados!! la cerveza es imperdonable. ;)