viernes, 24 de febrero de 2012

Las vespas no son para el Invierno

El calendario decía que ya era invierno, pero era un invierno mentiroso de días templados, agradables… y me dejé engañar. Como un pajarito me quedé esa mañana camino de clase a lomos de mi vespa. Mientras sorteaba coches fui perdiendo la sensibilidad en dedos, orejas, nariz, brazos, pies... En algún momento parar fue una opción pero supongo que el frío caló también en gran parte de mis neuronas tomando la moto las riendas de la situación. Como un autómata llegué, aparqué y me pedí el primer café de la mañana. Abrazado al radiador de la cafetería empezó  mi jornada de ese invierno traicionero que me dio cuartelillo y por sorpresa me entregó su tarjeta de visita.




Recuperada mi condición humana gracias a un radiador y a un café – y eso que había prometido no volver a probar jamás semejante brebaje- recordé que mis dedos congelados no habían sido capaces de ensartar correctamente el candado ni la cadena entre la pequeña rueda delantera. Los bártulos se quedaron amontonados junto a mí amigo el radiador mientras, ahora sí, dejaba mi vespa fuera del alcance de los amigos de lo ajeno. Tras un mañana de clases y profesores perfectamente prescindibles la típica jornada de invierno granadino, heladora por la mañana y soleada a mediodía, me permitió un regreso agradable.

A la mañana siguiente me levanté con las cosas claras y asalté el armario. Camiseta interior, camisa de franela, jersey, plumón, botas, guantes potentes y casco integral. Sacrificando agilidad llegué en condiciones óptimas así que retomé mi promesa y pasé de largo de la cafetería guiñándole un ojo al radiador que uno no sabe cuando puede necesitar de nuevo de sus servicios. Acalorado por el habitual choque térmico y el acarreo del casco, mochila y medio armario me encontré con la clase abarrotada. Ni un perchero libre y en mi calvados los más de cuarenta pares de ojos.  Especialmente un par de ellos que al parecer no vieron con agrado el impacto involuntario de mi casco en su coronilla mientras avanzaba entre pupitres y percheros. “Perdón” le dije. Con un gruñido me respondió. Le comprendí.

Entre los abrigos y bostezos acerté a ver un trocito de cristalera por la que la luz del día menguaba. Esperé al cambio de profesor para asomarme y confirmar que el día luminoso y frío se estaba tornado oscuro y amenazando lluvia cuando menos. Finalizadas las clases por esa mañana y sin tiempo que perder salí a la con la intención de adelantarme a lo inevitable.

Fue un visto y no visto, un aquí te pillo aquí te mato y me vi navegando con mi vespa. Con los 5 sentidos puestos en la jungla de chapoteos, pitidos, luces reflejadas en los charcos, peatones cruzando a la carrera cubriéndose y olvidándose que los frenos no son precisamente el punto fuerte de las vespas, me lancé a la aventura que es para una moto atravesar una ciudad en días de lluvia.

Vigilando todos los flancos intentaba mantener la compostura de motero aguerrido cosa que, saltaba a la vista, distaba mucho de la realidad. Ya puestos reconozco que añoraba el frío glacial de la otra mañana. Si no adelantaba a ese autobús seguiría recibiendo litros de agua sucia y helada, si lo adelantaba corría el riesgo de no ser visto y en el mejor de los casos acabar panza arriba entre el seto. Decidí aguantar  a cierta distancia, vigilando las luces de sus frenos que era mejor llegar chorreando de agua sucia que catar el asfalto o la trasera del bus por más que anunciase confortables colchones. Por los pequeños retrovisores controlaba a las pocas luces, en todos los sentidos, de un fulano que se acercaba más de la cuenta.  No recordaba que estuviese tan lejos mi casa.

Tras una ducha, esta con agua caliente y limpia, puse a secar botas, guantes, casco y plumón. Me desplomé en el sofá con las enaguas hasta el cuello y con el brasero a reventar. Adormilado por el agradable sopor de la escena puse sobre una balanza mi instinto motero y el de supervivencia por ver cual de los dos vencería al día siguiente.  Con un libro inacabable entre las manos y el telediario anunciando que el  temporal había llegado para quedarse un par de semanas el sueño me venció.



Más de 20 minutos llevo esperando al “11” escuchando conversaciones que no me interesan y con un bonobús recién comprado en la cartera. Sí, estoy dispuesto a resistir durante 35 minutos a la ida y otros tantos de regreso frenazos, empujones y calefacción excesiva entre miradas perdidas. Derrotado por el puñetero “General Invierno” mi espíritu motero supongo que anda tan perdido como las miradas entre las enaguas de la mesa camilla. ¿Mi vespa? a buen recaudo en el garaje que tras el invierno siempre llega la primavera.

lunes, 20 de febrero de 2012

¿De verdad que no hay otro camino?

Gobierne quién gobierne y lo haga sobre la administración que lo haga como mínimo les une una afirmación que pretende desarmar cualquier crítica: “no tenemos otro camino” y su versión “no hemos tenido otro remedio” o aquella más sanguinolenta “o tomábamos estas medidas o el caos”.


Estas afirmaciones que sirven para tanto para un roto como para un descosido tienen un objetivo fundamentalmente, como decía Serrat, que “dejemos de joder con la pelota” o el clásico “niño come y calla” y traguemos con sus carros y sus carretas. Son tan redondas esas cansinas afirmaciones que les sirve tanto para justificar sus gestiones públicas como para remendar cualquier situación interna de sus partidos y que todo siga igual… igual para ellos.

Una vez que dan forma a sus medidas destinan esfuerzos y recursos para demostrar al común de los mortales que suerte tenemos de estar en sus manos por que han encontrado la aguja en el pajar, el camino de salida en el laberinto o las llaves en el fondo del mar matarile… ¿Y qué pasa cuando pretendemos enseñarles otros caminos, otras soluciones? Sencillo, ya estamos con la pelota molestando o jugando con la comida y  por aquello de la educación nos mandan callar.





Nos suben el IVA unos y el IRPF los otros  para mejorar los ingresos pero no se les ocurre eliminar de un plumazo la estimación por módulos. Estimación por módulos, que muchos creemos, origen de gran parte del fraude fiscal de poca monta pero que sumado son cifras que marean y serían ingresos de los llamados “buenos”.


Ambos queman sus naves en reformas laborales ciertamente inútiles para crear empleo y olvidan que la rueda de la economía la arranca el crédito, este genera demanda y esta, a su vez, exige al empresario aumentar su plantilla para atenderla. En todos los años que llevo en la empresa en visto contratar cientos de personas y despedir otras tantas siendo siempre el motivo la mayor o menor carga de trabajo. ¿Que sencillo no? Igual es que no conocemos de la misa la mitad y eso nos permite ver otros caminos dónde ellos sólo ven uno.

Se complican la vida en medidas complejas mientras olvidan que ayudando a un emprendedor en sus gastos fijos no solo se ahorra el Estado las prestaciones que pudiera estar percibiendo sino que genera actividad e impuestos.

Nos piden que innovemos en nuestros productos y servicios para tener futuro mientras, a la vez, debemos competir con la economía sumergida (un 18% más competitiva para empezar) que unos y otros son incapaces de controlar.

Pueden salir en ruedas de prensa o en el Parlamento explicándonos que “la fiesta se acabó” y toca sufrir pero son incapaces de sentarse y poner sobre la mesa que pasa con todo el dinero de griegos, italianos, portugueses y españoles en los paraísos fiscales.






A golpe de clic saben de nosotros cuanto vendemos, compramos, debemos pero no pueden explicarnos como en los últimos años el empleo privado se ha desplomado y el público (de todos los colores y sabores) ha crecido acabando el país como un enjuto cuerpo cabezudo.
Es hora ya de que dejen ellos de “joder con la pelota y dejen de jugar ellos con nuestra comida” y pregunten a sus respectivas “infanterías” que se puede hacer para salir de esta pues está claro que las élites y toda la trouppe de asesores magníficamente pagados están mareando la perdiz y lo que es peor, a todos nosotros.

jueves, 16 de febrero de 2012

Comunicación: “No me grites que no te veo”

BlakcBerry, iPad, iPhone, e-mail, WhatsApp, msm, tarifas planas etc y, en la última reunión del Comité de Dirección otra vez salió la “falta de comunicación interna” como una santa debilidad de nuestra empresa. Llegados a este punto ya conocido y dado que eran casi las 21h alcanzamos otro acuerdo por unanimidad, largarse a casa que ya estaba bién el día. Supongo que cada uno reflexionaría esa noche mientras se dormía en el sofá viendo su programa favorito.

Con el primer café del día empezamos a separar el grano de la paja. ¿Por qué le llamamos “falta de comunicación” cuándo queremos decir error?, lo que por la noche achacamos a la falta de comunicación por la mañana vimos claramente que alguien no había hecho bien su trabajo en una parte del proceso desencadenando lo que llamamos “marrón en cadena carne de abono”. Es lo que tienen las reuniones cuando se hace por la mañana, las neuronas están frescas y se ven las cosas con sencillez, sin maquillajes.




Con la petición de abono que había puesto los pelos como escarpias a los miembros del Comité decidí visitar al Delegado de la Constructora para quemar un último cartucho e intetar bajar la valoración del incumplimiento de plazo que nos imputaba. Tras recordar que fuimos compañeros de clase en lo que ahora llaman “Ingeniería de la Edificación”, y que toda la vida ha sido “Aparejadores”, pasamos al asunto. Desplegué todas las armas de seducción comerciales habituales para justificar errores y minimizar los daños. Vamos, de manual. Pero entre ofrecimiento y ofrecimiento (abonos que quede claro) intentando rebajar su petición vi claramente sus ojos vivos y una media sonrisa delatora. Se sabía ganador y que, para cobrar el resto de la factura, yo acabaría doblando la rodilla aún cuando su petición era desproporcionada y abusiva. Bajando las escaleras una vez soltada la firma en el abono recordé que con ese “pavo” apenas crucé 2 palabras durante toda la carrera… siempre tuve buen gusto en las amistades.

Presupuesto, pedido del cliente, pedido a fabricación, orden de carga, albarán, fotos del desastre y nadie vio que en  “observaciones” del pedido de cliente ponía claramente “color a confirmar”… ni siquiera el encargado de la obra. Fabricamos e instalamos pero una vez acabado el trabajo la Dirección Facultativa soltó la bomba, no era el color que le habían confirmado al comercial vía email. Tras observar como se pasaban la responsabilidad entre el comercial y producción vi que era tan imposible sacar algo en claro de ese careo como lo fue intentar que colará el color erróneo en la obra. Entre los habituales “yo te lo dije, te reenvié el correo, eso es mentira…” recordé a uno de los consultores que nos sacó la pasta para implantar el sistema de gestión de la calidad para mejorar la comunicación en la empresa y que esta no dependiese de los posibles errores humanos. Regresé de golpe a la trifulca cuando los familiares mutuos salieron a escena por lo que di dar la reunión por acabada.




El procedimiento no había fallado, ni fallaba cuando el  “procedimiento” era un block de notas, ni fallaba cuando los comerciales tomábamos los pedidos en nuestra agenda y al final del día los entregábamos en la fábrica o, si era muy urgente, llamábamos desde una cabina. Una vez más habían fallado las personas y contra eso aún no hay tecnología de la comunicación que lo solucione. Que yo sepa.

martes, 7 de febrero de 2012

Granada: Sólo del Turismo no se vive.

En una reunión de ámbito nacional a la que asistí hace unas semanas me comentaban la suerte que tenemos en Granada. Suerte por no tener que “cazar a lazo” a los turistas, suerte por tener La Alhambra, Sierra Nevada y con una ciudad cargada de pequeños tesoros algo acomplejados por el monumento Nazarí. Tal torrente de sentido común lo completó con la perplejidad que le producía ver a Granada sistemáticamente a la cola de todas las listas negativas publicadas y por publicar.



Sin darme tiempo a reaccionar pasó a relatarme todas y cada una de las dificultades a las que se enfrentan en su tierra. Desconecté. Mientras soltaba toda una retahíla de problemas, en gran medida comunes a los nuestros, pensé en lo que olvidaba y que agrandaría su incomprensión a nuestra última posición en todo. Último lugar ganado a pulso, todo sea dicho. Olvidaba mi amigo la Costa Tropical, el Altiplano, el Poniente, la comarca de Alhama y los Montes Orientales. Olvidaba también El Valle de Lecrín y Las Alpujarras. En cambio yo las iba enumerando en silencio bajo la banda sonora de sus lamentos y pensando que somos la prueba que solo del turismo no se vive.

En la primera ocasión que tuve intenté exponerle los motivos por los que los granadinos somos incapaces de movilizar tal potencial turístico y otros que él no conocía. La falta de liderazgo y el cortoplacismo en nuestra Granada hacen que despilfarremos ese caudal de oportunidades. Sin liderazgo político, ni empresarial, ni social, en Granada nos dedicamos a pegarnos tiros en los pies los unos a los otros y a nosotros mismos como se nos ocurra compartir una idea con alguien.  Y no me refiero al liderazgo lanar, que diría Pérez Reverte, que tanto daño hace en cualquier ámbito de la vida.

Le intenté exponer que los granadinos somos conscientes de las locomotoras económicas que tenemos a nuestra disposición además del turismo (UGR, PTS, Parque de las Ciencias etc) pero que nos mostramos incapaces de alinearlas en un solo sentido y con un único objetivo: el progreso de Granada. Terminé contándole que por no tener no teníamos ni enemigo común a quién culpar de nuestros males. El centralismo sevillano o madrileño  se reparten ese papel en función del color político que manda en nuestra tierra y en las dos capitales. Y así nos luce el pelo.